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El Gran Imperio Bizantino
Introducción.
"Apenas salido de la infancia y antes de alcanzar la edad viril, fui arrojado en una vida llena de males y turbulencias, pero que permitía prever que el porvenir nos haría considerar el pasado como una época de serena tranquilidad," Manuel II Paleólogo, emperador (1391-1425).
Ya han pasado exactamente 550 años de uno de los sucesos más importantes de la historia de la humanidad, tan fundamental que luego de sucedido el mundo pareció cambiar para siempre, y probablemente la fecha del acontecimiento sea la mejor para separar dos épocas distintas de la historia mundial, ya que el mundo a partir de allí jamás sería como antes.
Es este trabajo un homenaje a todos los habitantes del imperio bizantino que han luchado por mantener sus formas de vida, por sobrevivir, por defender sus tierras, por conquistar tierras perdidas, es un homenaje a esas personas que vivieron libres durante 1.123 años en la ciudad más hermosa que la tierra haya visto jamás, la ciudad donde se representaba en el ámbito terrenal el mismo orden que en el venerable Cielo donde moraba Dios con su propia corte celestial.
Ya hace 550 años que no está el emperador para dirigir los asuntos terrenales; ya no hay logotetas ni strategos ni drungarios, y ningún sebastocrátor cruza a caballo con su guardia Macedonia para dar órdenes directas del emperador a los gobernadores de Bulgaria o Serbia o el Peloponeso; ya no hay monjes en los monasterios de la capital que discutan sobre la naturaleza de Cristo o sobre el significado de los íconos mientras pasean por los jardines aledaños; no hay más soldados que se apresten a defender sus tierras de las invasiones enemigas; no están más los ricos estancieros de Anatolia que proporcionaban enormes contingentes de tropas y los mejores generales nacidos en sus propias familias a los emperadores; nunca más el pueblo bizantino entraría a Santa Sofía para sentir esa emoción indescriptible de encontrarse con Dios, el emperador y el patriarca todos juntos, y disfrutar de esas luces cambiantes a cada minuto que entraban por las aberturas de la famosa cúpula, de los colores indescriptibles e iluminados de las cuentas de los hermosos mosaicos de sus paredes, de ese sonido único cuando todos están rezando y el eco vuelve enternecedor y soberbio; no están ya los marineros que prestos acudían de puerto en puerto combatiendo a todos los que osaban entrar en aguas del imperio; ya no habrá casas libres con íconos en su interior a los cuales poder rezar largamente y pedirles salud, bienestar y solución a sus problemas; no hay más sublevaciones contra los emperadores injustos o pecadores; no hay más embajadores con regalos para los potenciales aliados, no hay más romanos en este mundo.
Cómo se puede expresar el significado de un derrumbe tan cruel para los sobrevivientes de un imperio que había dominado la política mundial durante siglos? De qué manera se pueden encontrar las razones de un hecho tan aterrador como la desaparición del mundo para el ánimo de los últimos bizantinos libres que habitaban la milenaria ciudad de Constantino?
Es un hecho que los habitantes de Constantinopla de 1453, me refiero a los genuinos bizantinos, que tal vez no llegaran al número de cuarenta o cincuenta mil personas en total dentro de las murallas de la gran urbe, todavía creían en lo que sus mayores les enseñaron, o sea que eran súbditos de un emperador descendiente de Augusto y de Constantino el Grande, que eran miembros de un imperio glorioso y universal, y que de alguna manera se salvarían de esta catástrofe que se avecinaba, para renacer de las cenizas como tantas otras veces a lo largo de la dilatada historia que tenían sobre sus espaldas, todo gracias a la protección de Cristo y de la Sagrada Virgen.
Por otro lado, también es un hecho que los griegos que habitaban la ciudad habían nacido en su mayoría en el siglo XV, que estaba comenzando su segunda mitad, y que durante lo que iba del siglo Bizancio apenas dominaba pequeños territorios en Tracia y un poco mas extensos en el Peloponeso, donde Mistra era la máxima expresión de la cultura bizantina y donde se podía sentir que la historia podría ser otra, siendo miembros de una cultura y de un pueblo extraordinariamente instruido, ilustrado y desarrollado intelectualmente.
Pero la realidad golpeaba duramente a esta pequeña comunidad de bizantinos que se negaban a perder lo suyo, o sea su cultura, su personalidad, su forma de vida, su derecho a ser libres y de rezar a su Dios en sus propias iglesias.
En esos años que promediaban el siglo XV Bizancio no existía prácticamente en materia política, no tenía para ese entonces casi ninguna importancia en el marco de las nuevas relaciones entre las potencias europeas; no obstante económicamente su capital todavía demostraba su importancia como puerto internacional, aunque los beneficios se los llevaran las repúblicas italianas, como en los últimos tres siglos y medio...
A pesar de ello, la historia parecía favorable a quienes decían que podrían salir de este difícil trance, por eso conviene antes de estudiar los hechos de la caída, revisar muy rápidamente lo que pasó en La Ciudad durante los mil ciento veintitrés años anteriores.
Breve Historia de La Ciudad.
Cuando Constantino decide fundar en 324 Constantinopla sobre lo que era la antigua Bizancio, una colonia fundada por los colonos griegos de Megara unos diez siglos antes y que con el tiempo se había transformado en ciudad imperial romana, tal vez no imaginara que ponía la piedra basal de un edificio que tomó como tradición sentirse el centro del universo y que muchas veces cuando estaba por caer se volvía a levantar con la fuerza de un coloso.
Tras dos primeros y problemáticos siglos dominados por elementos godos e isaurios en las altas esferas de la corte, con Anastasio y Justiniano el imperio se acomoda definitivamente en un primer orden mundial, primero financieramente y luego políticamente.
Pasada la efímera reconstrucción romana de Justiniano, sus sucesores hacen lo imposible por mantener la gloria del imperio, pero la desgracia cae sobre él durante la usurpación de Focas, y en el transcurso de solo ocho años los persas se quedan con la mitad de sus territorios.
En esta dramática hora, Heraclio es el héroe que recupera todas las regiones perdidas y que pudo quedarse con toda la Persia misma, pero decidió perdonar y festejar su triunfo en Jerusalén y Constantinopla.
Luego el Islam derrotará al ejército imperial en Yarmuk en 636 y finalmente le arrebatará en los próximos años los mejores territorios de Asia y África, dejando al imperio golpeado y herido.
El mundo islámico trata de tomar Constantinopla (y con ella la totalidad del imperio) pero choca varias veces contra sus murallas, en 674, 675, 676, 677, 678, y muy especialmente en 717/718, cuando un impresionante ejército parece que va a derrotar definitivamente a los cristianos.
Ahora le tocaba el turno de mantener vivo al imperio a León III, que defendió la ciudad con ahínco e inteligencia y resultó vencedor e incluso en sus últimos años pasó al ataque y venció a los árabes en Akroinón, en 641.
Siguieron luego los avatares del imperio por caminos de gloria y recuperaron el dominio de amplias zonas europeas y asiáticas, llegando incluso a abrigar esperanzas de reconquistar Jerusalén, y sometiendo y convirtiendo al cristianismo a pueblos enteros como los búlgaros, servios y por un tiempo a los croatas, llegando su civilización inigualable a influenciar a pueblos como los húngaros y los rusos, aunque prontamente la diplomacia del Papado le arrebató Hungría y Croacia para siempre... Bizancio demostraba que podía convertir en civilizados a todos los pueblos de este mundo.
Pero una vez más el destino del imperio se debatió entre la vida y la muerte luego de la batalla de Mantzikert en 1071 en Armenia, sobreviniendo diez años de caos total, para ser salvados por otro gran personaje: Alejo Comneno, que junto a su hijo Juan y su nieto Manuel tendrán cien años más de clara influencia política en todo el mundo conocido, amplio prestigio y poder, los cuales por supuesto eran ostentados desde la gran ciudad imperial.
No obstante, la adversidad quería caer sobre Bizancio, que desde Mantzikert no dominaba amplias regiones del Asia Menor, las que estaban en manos de los turcos selyúcidas: en Miriokephalón Manuel Comneno sufre una terrible derrota en 1176 y cuando el viejo emperador muere en 1180 vuelve a tambalear el edificio de Constantino.
Fueron años de violencia, crisis, guerras civiles y en los cuales se perdieron las influencias sobre búlgaros y servios, que se independizaron, reduciendo de manera drástica al imperio, que se quedaba con Tracia, Macedonia, Grecia y las costas del Asia Menor.
La traición de la cuarta cruzada de 1204 que penetró en la ciudad y la convirtió en una ciudad franco veneciana a sangre y fuego fue el golpe de gracia dado a la ciudad y su imperio, porque luego de penetrar en la ciudad y saquearla se repartieron los territorios como parte de un grandioso botín.
El imperio se dividió en tres: Epiro, Trebizonda y Nicea, pero en realidad la continuación natural fue esta última metrópoli, con los Láscaris, desde donde se preparó para dar el salto y recuperar La Ciudad, cosa que consiguió Miguel VIII Paleólogo cincuenta y ocho años después, en 1261, y se consolidó luego gracias a la colaboración de los genoveses, que estaban siempre bien dispuestos a dar una paliza a los venecianos.
Aunque Constantinopla fue encontrada por el emperador y los suyos en un estado atroz, se vio que el imperio todavía tenía con qué responder a las agresiones, todavía se podía volver a renovar, cosa que el mismo Miguel se encargó de demostrar, recuperando vastas posesiones para el imperio, y aunque murió en 1282 sin haber podido reconquistar parte del Peloponeso, Atenas, Creta, Trebizonda y varios puertos que quedaron en manos venecianas, Bizancio podía contar una vez más que había renacido de sus cenizas, y Constantinopla recuperaba algunos barrios que se reorganizaban, aunque muchas zonas seguían abandonadas y en estado de ruina.
Pero a partir de allí la desventura se abatió sobre Bizancio de manera inexorable, especialmente cuando surgió un nuevo pueblo destinado a transformarse en el flamante imperio señorial de Oriente: los turcos otomanos.
Poco a poco Bizancio perdió territorios que quedaban bajo el dominio otomano, incluso ya a mediados del siglo XIV en sus provincias europeas, y esto era lo alarmante, mientras que las guerras civiles consumían sus pocas fuerzas, y la poca ayuda recibida de occidente se vio neutralizada por la eficacia de la acción de los ejércitos turcos, que paralelamente sometieron a búlgaros, servios y albaneses, creando prácticamente un cerco sobre Tracia, aislando a la capital del resto del mundo.
Sin embargo, esos ejércitos turcos no podían penetrar la triple muralla, a pesar de sus reiterados intentos.
Por toda esta enorme historia de caídas y renacimientos, cuando la marea turca rodeó Constantinopla, cuando el vasallaje rendido a los turcos oprimió los corazones de sus habitantes, cuando todo parecía perdido nuevamente, a pesar de ello se pensaba en la capital bizantina que otro milagro ocurriría, que otra vez acudiría la salvación para determinar una nueva resurrección del imperio.
Por supuesto no era esta la opinión de muchos bizantinos que huyeron porque ya no encontraban donde establecerse con seguridad en su territorio y que ahora se encontraban dejando todo su bagaje de conocimientos en occidente. Qué significó Constantinopla para el mundo?
Constantinopla fue llamada desde el principio Nueva Roma, por haber heredado la capitalidad de un imperio en un momento de crisis de la ciudad de Roma, que se había vuelto ingobernable, llegando a ejercer su poder sobre todo el imperio.
También fue apodada Nueva Jerusalén, porque luego de la caída de esta población ante el Islam Constantinopla fue el nuevo baluarte del cristianismo en su máxima expresión, y su pueblo se creía el más profundamente cristiano del mundo.
Igualmente era una localidad cosmopolita, donde se podían encontrar mercaderes persas, armenios, árabes, gente que traía mercancías de la lejana China, de la India, de Etiopía, de Rusia, de la Europa Occidental, etc, era por tanto una urbe que se transformó en el punto de encuentro de culturas nuevas y milenarias, un verdadero paraíso para el alma inquieta que deseara bucear en el conocimiento humano.
Esta trilogía transformaba a Constantinopla en capital del mundo, tanto en materia administrativa, como en asuntos religiosos o económico financieros.
Por lo tanto la visión que el mundo tenía de Constantinopla era la de una metrópoli de oro, una ciudad santa o una capital de las oportunidades, según quien pensara en ella.
Desde las costas de Al Andalus o desde los fríos bosques de Irlanda hasta las inmensas estepas euroasiáticas, y desde las tierras frías de los vikingos hasta las arenas ardientes de Etiopía o de Arabia, no hubo quien fuera indiferente a la seducción que esta urbe ejercía sobre el mundo entero.
Los mercaderes querían acceder a sus puertos y mercados para poder participar de su inmenso intercambio y algún día llegar a ser ricos, los fieles cristianos la tenían por centro de peregrinación debido a la inmensa cantidad de reliquias que tenían sus iglesias y a la fama de éstas de ser majestuosas e imponentes, y muchos, aún los extranjeros (nadie era extranjero si hablaba griego, se convertía al cristianismo ortodoxo y reconocía al emperador como su gobernante máximo), querían ganarse un lugar en la administración o llegar a formar parte de la corte imperial para participar de su inmenso poder.
Es por estas razones que podemos decir que en el imaginario medieval Constantinopla fascinaba a todo el mundo conocido, era no solamente una enorme metrópoli sino que era La Ciudad.
Pero también fue ampliamente envidiada por muchos pueblos, y por eso mismo era el objeto del deseo de distintas civilizaciones que intentaron tomarla por la fuerza durante el transcurso de tantos siglos de vida, y en esas ocasiones Constantinopla tenía que estar muy bien preparada, con sus murallas en buen estado y con sus famosas divisiones de ejército que superaban todo lo conocido en materia bélica.
Por eso no era una urbe paradisíaca, ya que siempre había revueltas y el ejército controlaba cualquier disturbio y efectuaba permanentemente tareas de policía, necesarias también para reprimir las habituales revoluciones de su inquieto pueblo y mantener un cierto orden que era fundamental para responder a las agresiones exteriores.
De todas formas, la envidia y la codicia fueron triunfando sobre la admiración con el correr de los siglos, especialmente luego del cisma de 1054, transformando a La Ciudad en una joya hereje pretendida por muchos, especialmente por los latinos que durante las cruzadas pudieron comprobar lo maravillosa que era y lo cerca que habían estado como para derrotarla y saquearla.
Podemos concluir que asombro, admiración, esperanza, codicia, envidia, odio, eran los sentimientos que más comúnmente sentían los pueblos del mundo con respecto a La Ciudad, y que Constantinopla no es comparable a ninguna ciudad de su época.
Los ejércitos que sitiaron Constantinopla a través de los siglos.
Muchos fueron quienes intentaron tomar la ciudad por asalto y de esa manera destruir al imperio, y casi todos ellos sufrieron estrepitosos fracasos, hasta 1204.
Estos son solo los más significativos, e incluyen ataques exteriores y sublevaciones o revoluciones locales, porque los propios bizantinos a veces con ayuda mercenaria también trataban a veces de conquistar su propia capital, ya que sabían que quien tuviera la capital tenía el imperio.
En 626, persas y ávaros (éstos junto a miles de eslavos) juntan sus fuerzas y atacan la ciudad desde Asia y Europa, por tierra y por mar, y permaneciendo Heraclio muy lejos en campaña contra Persia se hace cargo de la dramática situación el patriarca Sergio y defiende Constantinopla exitosamente con la colaboración de toda la población
En 674 los árabes triunfadores en su propósito de conquistar el imperio completo aparecen frente a las murallas e inician un violento ataque que dura años, siendo el gran defensor de la ciudad Constantino IV, que solamente en 678, gracias a la acción de la marina bizantina, puede alejar a sus efusivos rivales.
En 705 El khan búlgaro Tervel con sus huestes acompaña a Justiniano II, antiguo emperador depuesto, y sitia la ciudad. Luego de tres días son objeto de las burlas de los guerreros defensores porque no tienen experiencia en asaltar grandes muros y su torpeza es aún mayor frente a la temible triple muralla, pero el ex emperador logra penetrar con sus lugartenientes por unas tuberías del acueducto y una vez dentro se las arregla para retomar el gobierno. Un traspié que terminó con el gobierno de Tiberio II, pero que en realidad fue un sitio de características locales.
En 717 León III usurpa el poder y defiende La Ciudad frente a un enorme ejército árabe que un año más tarde se retirará vencido irremediablemente por la excelente organización y bravura de las tropas terrestres y marítimas bizantinas. El khan búlgaro Tervel pactó con el emperador para hostigar a los árabes.
En 742 Artavasdo pide a Teófanes Monutes, regente en nombre de Constantino V, que le abra las puertas de la ciudad, a lo que Monutes accede entregando la capital al usurpador. Otra toma de la ciudad de características y consecuencias exclusivamente locales, y que dio a Artavasdo la ilusión de ser emperador por dieciséis meses.
En 813, el búlgaro Krum, vencedor en 811 del emperador Nicéforo I, del cual había hecho una copa de oro con su cráneo, apareció ante las murallas defendidas por León el Armenio; fue fracaso del khan búlgaro, que no pudo siquiera pensar en entrar a la urbe, pero hubo una enorme devastación de las tierras cercanas, a la manera que luego acostumbrarían hacer los turcos.
En 821 Tomás el Eslavo, que había iniciado una verdadera revolución interna, sitió con sus tropas Constantinopla, y la mantuvo cercada por un año, hasta que se rindió ante la evidente superioridad de las murallas y sus protectores, bajo el mando del emperador Miguel II. El búlgaro Omurtag ayudó con sus tropas al emperador.
En 860 se presentan los primeros rusos ante la ciudad y pretenden entrar en la misma, pero ante su fracaso se entretienen con incendiar sus alrededores extramuros, en época de Miguel III.
En 907 Oleg, el primer príncipe ruso que une a toda la región con todos los príncipes y señores rusos bajo su mando, llega desde Kiev con sus naves y guerreros y provoca otro sitio de la ciudad, defendida por León VI, pero se contenta con obligar a Bizancio a firmar un respetable pacto comercial y se retira.
En 913 Simeón, el gran zar del reino macedónico de Bulgaria, apareció frente a los muros con la pretensión de ser nombrado Basileus de los romanos, pero no pudo con sus murallas y se conformó con su coronación como Basileus de los búlgaros.
En 924 vuelve Simeón a intentar tomar Constantinopla, pero Romano Lecapeno hace una excelente defensa y el zar búlgaro, luego de un encuentro con el emperador, parece que abandona definitivamente sus aspiraciones a la corona imperial de los romanos.
En 963 Nicéforo Focas toma la ciudad y en una verdadera batalla en las calles vence a José Bringas, con la complicidad de la emperatriz Teófano, con la cual se casa y obtiene la legitimidad para ser coronado emperador.
En 1047 el general armenio bizantino León Tornikes se subleva contra Constantino IX Monómaco y estuvo a punto de tomar la capital, pero no llegó a hacerlo, tal vez por mala suerte, o por haber tenido cierta vacilación, porque muchos ciudadanos parecían apoyarlo.
En 1081 Alejo Comneno apareció ante las murallas que sostenían a Nicéforo III Botaniates, y pudo entrar gracias a un acuerdo con el jefe de los germanos que guardaban la misma, y en las calles de la ciudad se produjo la lucha con las tropas del emperador, de la cual salió victorioso y fue coronado como Alejo I. Sin embargo, sus tropas, extranjeras en su mayoría, se dedicaron a saquear y destruir la ciudad durante tres días sin descanso, con lo cual ésta quedó en un estado bastante ruinoso, lo que hizo que Alejo sintiera verdaderos remordimientos por la destrucción de una ciudad tan preciada para él e intentara su reconstrucción inmediatamente.
En 1090 los pechenegos, pueblo turco que llegaba desde el Danubio, se aliaron con los herejes bogomilitas que vivían en el imperio y llegaron hasta Constantinopla, y más aún, el emir de Esmirna envió una vigorosa flota que envolvió a la ciudad por el mar, haciendo que el hambre y la miseria se apoderaran de esta. Solamente el auxilio pedido por el emperador Alejo I a los cumanos, fervoroso pueblo de origen turco, salvó a la ciudad del desastre, en cuya batalla se masacró al pueblo pechenego casi en su totalidad.
Luego vendrá la época de las primeras cruzadas entre 1098 y 1204, durante las cuales repetidamente los cruzados de cada época pensaron en sitiar y tomar la ciudad hereje por asalto, pero siempre se impuso a último momento en los reyes, nobles o generales que las dirigían la obligación de combatir a los musulmanes, no sin haber por eso fricciones, batallas, muertes y deseos reales de combatir a los bizantinos.
Como se podrá apreciar, es muy amplia la lista, y muy variada (y no es la lista definitiva), pero la constante histórica hasta aquí es la impotencia del sitiador, la victoria final siempre para los defensores, exceptuando algunos casos especiales de rencillas locales que fueron resueltas a favor de los sitiadores, como el caso de la toma de la ciudad por parte de Alejo I Comneno.
Conclusión final: Constantinopla era una ciudad absolutamente invulnerable para cualquier ejército extranjero que viniera con el propósito de tomarla a la fuerza, no así para los ejércitos rebeldes locales que bien podían aprovechar las simpatías que pudieran generar en el pueblo o en los defensores de la ciudad, que a veces ayudaba a sus hermanos rebelados contra el poder reinante en el imperio. La catástrofe de 1204 y sus consecuencias.
Y así llegamos a 1204, año en el cual Constantinopla es tomada por las tropas de los cruzados latinos, en su mayoría francos y venecianos, y destruyeron, entre otras muchas cosas, la imagen de invulnerable e impenetrable que tenía la gran metrópoli.
Si tenemos que analizar esta situación y compararla con los sitios anteriores, podemos aceptar que fue una especie de mezcla de las dos situaciones: había un ejército extranjero hostil, pero que en un principio fue utilizado por el hijo del emperador Isaac Ángel, Alejo IV, que había prometido enorme tesoro a los cruzados para obtener el mando del imperio.
Como el dinero nunca fue dado a los cruzados, porque seguramente no existía tal suma en toda la corte bizantina, y a eso se le sumó el asesinato de los emperadores por medio de las masas enfurecidas, que proclamaron finalmente a Alejo Murzuflo como nuevo emperador, los cruzados sintieron que habían sido estafados y acometieron con un sitio vigoroso a la ciudad, que en principio fue rechazado aunque no sin dificultad.
Pero había habido fatalmente tantos cambios en el poder que había bajado mucho la moral de los defensores, y Alejo V Murzuflo no era una persona que pudiera darles confianza porque, aunque tenía dotes personales como una gran energía y empeño para lograr administrar la terrible crisis, no era muy querido, y el poco tiempo que estuvo no pudo tener un gobierno estable, ya que daba cargos y ante la menor sospecha de traición, los revocaba, provocando solamente más confusión en sus colaboradores y en el pueblo, que ya no sabía a quien responder.
Aparentemente los venecianos tenían muchos contactos dentro de la ciudad, lo que facilitó el trabajo de los sitiadores, que entraron unos días después por una abertura producida en las murallas de la costa del Cuerno de Oro en el mismo instante en que un incendio presumiblemente provocado desde adentro tomaba a los defensores por sorpresa, entrando fatalmente los contingentes de cruzados en la capital.
La toma de la ciudad ya era un hecho, solo había que dejar pasar las horas y la ciudad sería latina por primera vez en la historia.
Hasta aquí la explicación de una derrota que lo fue esencialmente porque los bizantinos se hallaban divididos y porque una de las facciones se quiso servir de los cruzados para obtener la victoria, error que costó a Bizancio el golpe mas duro de su historia, ya que fue lo que vino después lo que derrumbó a la mas hermosa ciudad del mundo, a la ciudad de oro que no tenía igual en el planeta.
Saqueos constantes, anarquía, incendios, asesinatos, caos, robos, y finalmente el reparto de la metrópoli y del imperio en manos francas y venecianas terminaron con la gloria de la gran urbe y con los tesoros artísticos y arquitectónicos que había en ella, redujeron barrios enteros a la ruina y al abandono absoluto, porque muchos habitantes (los que pudieron escapar de la masacre, como Nicetas Coniates) sencillamente huyeron al interior del país, especialmente a la ciudad de Nicea, y los que pudieron se fueron a Italia, Hungría, Rusia, Francia o Alemania.
La gran ciudad quedó reducida a un grupo de barrios en estado catastrófico y casi deshabitados con algunos palacios o iglesias que fueron confiscados por los cruzados para establecerse en ellos, y ya de esa desolación la capital no se recuperaría jamás, porque todo el oro, la plata, las piedras preciosas, el tesoro del Estado, las reliquias religiosas, los altares de las iglesias, las obras de arte, todo fue robado y llevado a países occidentales o vendido al mejor postor.
Este es el punto de importancia de los hechos acaecidos en 1204: la completa destrucción de la antigua Constantinopla, que durante cincuenta y siete años observa silenciosamente cómo lo que había construido durante casi nueve siglos le era arrebatado sin piedad alguna, y esto marcó un antes y un después en la historia de la ciudad: antes, arrogante, orgullosa, altiva e invulnerable, la ciudad imperial era la dueña del mundo; después, vencida, sometida, destruida y vulnerable, era una ciudad fantasma, con rencores insalvables y dominada por los occidentales de forma irremediable, aún después de la recuperación por parte de Miguel VIII Paleólogo.
La reconquista de 1261.
"Constantinopla, Acrópolis del Universo, capital del Imperio Romano, que había estado, por la voluntad de Dios, bajo el poder de los latinos, se encontró de nuevo bajo el poder de los romanos, y esto les fue concedido por nuestra mediación." Miguel VIII Paleólogo.
En 1261 Miguel VIII Paleólogo inicia el sitio de la ciudad que los bizantinos de Nicea querían reconquistar, pero después de prolongadas escaramuzas también sus murallas le son imposibles de traspasar, y termina haciendo un pacto con el emperador latino Balduino II, en espera de otra oportunidad.
Tiempo después sabía que tenía mejores posibilidades, porque había conseguido la ayuda de los genoveses, que, movidos por los mismos intereses que los venecianos venían defendiendo hacía siglos en Bizancio, decidieron que era una buena oportunidad para extender sus negocios y aplicar un buen golpe a sus rivales venecianos y pisanos y a cambio de los consabidos privilegios comerciales ofrecieron su marina para sitiar a la capital por mar, algo fundamental para quien quisiese tomarla.
Sin embargo, la fortuna quiso que algunos soldados de las tropas bizantinas que estaban desolando Tracia preparando el camino para un futuro asedio, comandadas por Alejo Strategopulos, se enteren mediante sus informantes de que los defensores no estaban en las murallas esa noche porque los venecianos se los habían llevado a atacar posiciones griegas en una isla del Bósforo, y aprovechan la ocasión para investigar, encontrando una puerta accesible y forzando por ella la entrada a la ciudad, provocando finalmente ante la ausencia de tropas latinas la huída del emperador latino y su corte.
Unos meses después, el emperador Miguel VIII, que se hallaba en Asia al momento de la toma de la ciudad, hace una entrada triunfal en Constantinopla, y poco después es coronado en Santa Sofía, con cuyo acto se volvía a la ya centenaria tradición bizantina de la coronación del emperador por el patriarca en la iglesia mas bella de la cristiandad, y en definitiva se restauraba en el imperio su capital tradicional.
Por lo tanto, luego de 1261, Constantinopla vuelve a ser bizantina, pero su vulnerabilidad había sido evidenciada, y por lo tanto otra época comenzaba para Bizancio, llena de inseguridades y sin poder lograr ya nunca más el prestigio ni el poder de antaño.
Los intentos turcos anteriores a 1453.
¿No estamos perdidos? ¿No estamos entre los muros como en una especie de red tendida por los bárbaros? ¿No es feliz el que ha abandonado la ciudad ante el peligro? Todos se apresuran a marchar a Italia, a España y aun más lejos, hacia el mar situado allende las Columnas (Inglaterra), para escapar a la esclavitud" Demetrio Cidonio.
Lo que nos hace pensar que la caída del imperio fue acelerada e incluso provocada por el golpe fatal de 1204 es el hecho de que a pesar de todos los problemas que atravesaba el imperio los turcos recién pudieron establecerse firmemente en suelo europeo en el año 1354, cuando se apoderan de Gallípoli, y esto gracias a un temblor del suelo que obligó a los bizantinos a abandonar la zona, y si sumamos a esto el hecho de que el imperio mongol de Tamerlán en 1402 derrotaba catastróficamente a los turcos de Bayaceto, podemos darnos cuenta de lo importante que fue para la supervivencia de los otomanos encontrarse con un imperio tan resquebrajado y fundamentalmente pobre, no olvidemos que todos los tesoros de la capital fueron sustraídos por los latinos, ya no cabía la posibilidad que siempre hubo en Bizancio de poder fundir el oro de las iglesias y de los monumentos para obtener fondos, y todo el dinero que había en la capital ya sea público o privado se lo habían llevado los latinos, con lo cual el elemento más importante en la política del imperio se había esfumado.
Fue en 1359 cuando los otomanos se atrevieron a enfrentar las murallas de la ciudad por primera vez, pero fracasaron absolutamente a pesar de la debilidad manifiesta de los bizantinos, que habían abandonado Tracia a su suerte una vez que los invasores se acercaban a la capital.
Los turcos podían hacer caer una a una las ciudades bizantinas ahora que estaban asentados en Europa, pero la capital seguía siendo intocable.
En 1394 el sultán Bayaceto decreta el bloqueo total de Constantinopla, donde reinaba Manuel II, y la ciudad desfallece entre el hambre y la pobreza, pero no intentó un asalto a la misma, quizás porque no esperaba poder tomarla todavía, contentándose con preparar el camino a un asalto que al final no se produjo porque el sultán fue derrotado y capturado en la batalla de Ankara en 1402 frente a los mongoles de Tamerlán.
En 1411 Musa pone sitio a Constantinopla en venganza ante la ayuda bizantina a su hermano Solimán en medio de una guerra civil de los otomanos, y otra vez se produce el fracaso de los sitiadores.
En 1422 Murad II en una dura réplica al apoyo que los bizantinos dieron a Mustafá, que pretendía ser el heredero del sultanato otomano, rodeó la capital y con todas sus fuerzas intentó un asalto fulminante y con un monumental empuje, que costó mucho neutralizar y cuya violencia era enormemente atemorizadora, pero luego de tres meses de intensa actividad tuvo que retirar la maquinaria de guerra turca, que con todas las posibilidades a su favor no pudo penetrar en la gran ciudad en un apreciable espacio de tiempo, y debió trasladarse para luchar con un nuevo pretendiente al trono, mientras Constantinopla seguía siendo orgullosamente bizantina, aunque en realidad ahora era una isla en medio de la marea turca que había conseguido ya conquistar una gran parte de los Balcanes.
En 1453, por lo tanto, como si fuera una costumbre milenaria, se renovaba la historia de los sitios a Constantinopla.
En qué estado se encontraba la capital bizantina en 1453.
"Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las joyas imperiales han sido vendidas, los impuestos no producen nada porque el país está en la ruina" Juan VI Cantacuzeno, emperador (1347-1354).
Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que la más bella ciudad de la Edad Media estaba en el año 1453 en estado lamentable, ocasionado por una multiplicidad de factores que harán que ese estado sea el peor en toda su larga historia.
Los relatos de los viajeros son realmente asombrosos, porque cuando hasta 1204 solo hablaban del inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, los puertos, los edificios públicos, los palacios, las iglesias y los monasterios, luego de esa fecha y cada vez más seguido relatarán sobre casas abandonadas, calles desiertas, barrios destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte.
En 1453 Constantinopla estaba sitiada mucho antes de que el ejército del sultán se acercara a sus murallas.
Durante todo el año se impuso por parte de los otomanos un bloqueo que limitó la posibilidad de visitar la ciudad, así como también dificultó su abastecimiento, que no podía ser más problemático con los barcos y los soldados turcos ejerciendo una continua vigilancia por orden de Mahomet II.
Por lo tanto, ya era difícil conseguir comida, bebida y ropa, por hablar solamente de elementos indispensables para la vida de una ciudad.
Sabemos por los relatos mencionados que en pleno centro de la ciudad había terrenos cultivados para la subsistencia de los ciudadanos, tal como si fueran granjas, pero en medio de los edificios públicos y de las iglesias más grandes y hermosas como la de Santa Sofía.
Los escombros estaban por toda la ciudad, los edificios se estaban viniendo abajo constantemente y dejaban en ruinas barrios enteros, y los terrenos que se podían limpiar se utilizaban como pequeños huertos de cultivo para paliar el hambre.
Sin embargo los terrenos baldíos y las casas abandonadas eran las estrellas de la nueva ciudad, ya que donde habían vivido más de 500.000 almas con toda seguridad, ahora, luego de que una trágica peste azotara la ciudad en 1448 (por si tuviera pocos males que soportar) habría apenas poco más de 40.000, dando lugar al abandono de gran cantidad de barrios que antes eran populosos y bulliciosos y donde ahora solo vivía el recuerdo de lo que había sido una urbe maravillosa.
El Gran Palacio, que había sido reemplazado por el palacio de las Blaquernas, descuidado y transformado en cárcel en época de los Comneno, a fines del siglo XI, era ahora una especie de campo donde había vacas pastando y también se utilizaba como cementerio improvisado.
Las avenidas, que solían estar llenas de estatuas y adornos, y con magníficos pórticos que proporcionaban protección contra el calor y los temporales, repletas de negocios y tabernas bulliciosas y con gran cantidad de gente paseando y tratando de hacer negocios o pasar simplemente un buen rato, ahora se veían con un aspecto desolador, desiertas, con los pórticos destruidos o simplemente desaparecidos, y adornados solamente con los pedestales de las antiguas estatuas.
Las tabernas eran regenteadas también en su mayoría por comerciantes italianos, pero a esa altura no eran más de diez o doce en toda la ciudad.
Por si todo esto fuera insuficiente, los pocos bizantinos habitantes de Constantinopla en 1453 eran absolutamente miserables, vestían lo que podían encontrar, porque el bloqueo y la indigencia se habían hecho una costumbre, y la población puramente bizantina solamente podía alcanzar cierta dignidad si eran cambistas (pequeños, nada que ver con los de origen italiano) o escribanos, y la mayoría se dedicaba a la pesca, a ofrecer servicios como marineros o a ser pequeños comerciantes, mucho más pequeños si se los compara con los comerciantes genoveses de Pera.
La corte estaba en la miseria total, y con una corte en bancarrota, los potentados, los nobles, los aristócratas, que los había en el país, y muy ricos, escaparon de la ciudad ya desde mitad del siglo XIV, o poco después, y las últimas ciudades que vieron nobles o potentados griegos en territorio libre fueron las ciudades del Peloponeso o Trebizonda, feudo de la familia Comneno.
Era por lo tanto Constantinopla una ciudad abandonada a su suerte por propios y extraños, donde los bizantinos que la habitaban soportaban estoicamente a los genoveses, venecianos o pisanos, que eran los dueños de todo lo que podía dar un cierto bienestar, y a los turcos que los bloqueaban e impedían la salida o la entrada a la ciudad de las mercaderías, el dinero o de las personas que deseaban hacerlo.
En los huecos enormes en su estructura edilicia, abandonados completamente los terrenos y edificios o utilizados para plantar hortalizas que satisfagan el hambre producida por los frecuentes sitios y bloqueos, había casas de madera precariamente construidas para albergar a los infortunados habitantes de la ciudad cristiana por excelencia.
A pesar de todo esto la angustia de su gente y los males que soportaban sin embargo no fueron bastantes para que se avale la unión de las iglesias realizada formalmente en Santa Sofía en 1452, y la población seguía concurriendo a los templos en los cuales se realizaba el rito bizantino como la tradición lo determinaba.
Es este un gran ejemplo que nos da un pueblo que hasta la muerte se aferra a sus creencias, hasta la muerte cree que será salvado, hasta la muerte pelea por sus convicciones, aún cuando ese valiente soldado que era su emperador, Constantino XI Paleólogo, intentara una unión con la iglesia latina una vez más, solamente para ver que el pueblo no lo acompañaba por primera y única vez, igual que a sus predecesores que intentaron lo mismo.
Solo que ahora el imperio era un pequeño conjunto de unos miles de personas, ya incapaces de generar una revuelta, pero suficientes para decir que no a esas pretensiones que siempre vieron como ajenas a su real sentimiento.
Como conclusión final podemos decir que Constantinopla en 1453 era una ciudad casi fantasma, pero con un pueblo decidido a enfrentar en soledad a los turcos, sin ayuda de los insufribles y odiados latinos (salvo honrosas excepciones que ya destacaremos), y que se apoyaba firmemente en sus creencias religiosas para tener fe en un futuro salvador.
A los turcos los esperaban, entonces, con un cierto optimismo basado en su fe religiosa, con muy pocos medios y hombres disponibles, pero con el corazón hinchado por una gran fe, la fe de ser los últimos ciudadanos, aunque solitarios y desprotegidos, de lo que había sido la ciudad más hermosa, lujosa y poderosa del mundo conocido, y de pensar que su Dios no los abandonaría nunca.
Mahomet II
Los turcos fueron ahogando con el correr del tiempo a Bizancio, ya que una vez instalados en Europa no pudieron ser desalojados, y, por el contrario, se fueron extendiendo sin prisa pero sin pausa sobre todo el territorio de los Balcanes, a pesar de las cruzadas de los occidentales para destruirlos, que terminaron en victorias de los sultanes, especialmente en Nicópolis y en Varna, donde el futuro de los Balcanes quedó prácticamente sellado. Sitiaron varias veces la gran ciudad, y especialmente el sitio de Murad II fue peligroso y estuvieron a punto de tomarla, pero por distintas circunstancias que los bizantinos atribuían a Dios y a la Virgen, nunca habían podido poner un pie en ella.
En 1451 se hace cargo definitivamente del nuevo imperio Mahomet II, una figura especialmente controvertida para todos los historiadores, que es tratado por unos como un ser magníficamente dotado intelectualmente, hábil guerrero y también poeta y fino admirador de las artes, mientras que otros solamente ven a un bárbaro que no dudó en mandar matar a su hermano para que no le discutiera el trono y que instruyó la famosa ley que los turcos siguieron por siglos, según la cual el nuevo gobernante debía mandar matar a todos sus parientes para evitar conflictos de sucesión, además de ser terriblemente cruel cuando no estaba de humor.
Fuera de una forma o de otra, creo que corresponde por lo menos darle el mérito de ser quien finalmente pudo doblegar a la Ciudad mediante su excelente organización, su numeroso ejército, su parque de artillería (arma fundamental sin la cual no se sabe si hubiera podido tomar la ciudad), sus hábiles estrategias y su paciencia, virtud no menor que las otras, para ejecutar los planes a su debido tiempo.
Con Mahomet II los turcos tuvieron un gobernante joven, fuerte, decidido, audaz y sobre todo un excelente político, que consiguió la relativa neutralidad de Venecia en el conflicto mediante tratados comerciales que comprometían a la República, y también ganó la neutralidad de los genoveses de Pera prometiéndoles (de una forma bastante amenazadora) no hacerles daño si no se interponían en su camino, y respetar sus derechos en el futuro.
También tuvieron los otomanos con Mahomet a un guía que los llevaría a la mayor victoria del Islam en toda su historia, ya que se dice que el sultán estaba obsesionado con la toma de Constantinopla, quería fervientemente conquistarla, era casi la meta de su vida, pero la quería no para destruirla e incendiarla, no para robar sus tesoros, sino que la quería porque había interpretado perfectamente su importancia, su perfecto papel de ciudad capital del mundo, y la quería también por el honor de ser la persona que consiguiera hacerse con ella.
Innegablemente la quería para hacer de ella la ciudad capital del imperio que el había soñado, el imperio otomano que sustituiría definitivamente al imperio cristiano de Bizancio.
En definitiva, de lo que no se habían dado cuenta los occidentales, que nunca se unieron con una fuerza suficiente para acudir en su ayuda, se dio cuenta el sultán, con lo que se puede deducir su mayor inteligencia y oportunidad.
Fue por eso que cuando Mahomet se acercó a la ciudad en Abril de 1453 las circunstancias no eran las mismas de siempre: ahora había un gobernante que no deseaba tomar y destruir la ciudad y quedarse con sus riquezas, ahora había un sultán que deseaba conquistar la ciudad para convertirla en la perla del Islam, y que con todas sus fuerzas y su inteligencia dejaría todo para conseguirlo.
Constantino XI Paleólogo.
Mucho es lo que puede decirse del último representante de la Dinastía de los Paleólogos, del último emperador bizantino, del último emperador romano.
No era un emperador más, era un habitante del Peloponeso, un hombre nacido y educado en un ambiente de libertad, donde renacía el helenismo, donde los intelectuales trataban de conseguir un espacio para la creación de un Estado que hiciera renacer de las cenizas el esplendor de Bizancio.
Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los griegos en la Morea, y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento y volver a la gloria.
Posteriormente, siendo Déspota del Peloponeso, reconstruía el Hexamilion, maravillosa muralla que protegía toda la península, e incluso atravesándolo pudo someter al duque de Atenas, Nerio II Acciaiuoli, y hacerlo su vasallo.
Esa creación propia de los Paleólogo, la Morea griega donde renacía el helenismo, era la patria real de Constantino, por la cual luchó y a la cual sirvió y extendió en territorio en plena época desfavorable, demostrando su enorme valor como soldado y conductor, y a la cual dejó solo al ser coronado emperador y viajar a la capital, a la cual venía a dar una dosis de valentía y sacrificio.
Constantino advirtió a todo occidente, sin ser escuchado, del peligro que para ellos representaba la expansión turca, escribió casi desesperadamente cartas y más cartas para los gobernantes occidentales, que eran su única débil esperanza de ayuda, pero éstos y el Papa estaban demasiado ocupados en pelear entre sí y en disputarse espacios de poder para lograr entender los mensajes que el emperador enviaba.
Tal vez la única decisión de Constantino que no tomó bien el pueblo de Bizancio fuera la unión que se cumplió en Santa Sofía, a la cual se creía obligado por las decisiones de su hermano y anterior emperador, Juan VIII.
Cuando las cosas no parecían mejorar, cuando se vio que Mahomet iba a atacar irremediablemente, Constantino abasteció a la ciudad con todas las provisiones que pudo encontrar en los alrededores, fortificó las murallas con un gran esfuerzo de sus hombres, y esperó pacientemente al atrevido sultán que quería doblegarlo.
Constantino fue la fuerza de los defensores, fue la moral alta y la virtud de sostener en pie su estandarte hasta el final, representó el honor y la creencia en la bondad de su Dios hasta último momento.
Fue guía de su pueblo y supo hacerse respetar de tal forma que todos trabajaran al máximo de sus esfuerzos para hacer las enormes tareas que el emperador requería.
Constantino XI Paleólogo, o Dragasés, como a él le gustaba que lo llamaran por el nombre de la familia servia de su madre, fue el emperador que pudo organizar una defensa coordinada de gentes que se odiaban entre sí, como los genoveses, los venecianos y los propios griegos, e hizo que todos pudieran luchar en armonía en base a su enorme personalidad que solía generar adhesiones incondicionales.
La temible triple muralla de Teodosio II.
Sin duda alguna había un factor enorme en el medio de esta historia que ya hemos mencionado más de una vez; se trata de la muralla de la capital, que era de unas dimensiones colosales, obra de ingeniería única en el mundo que no por haber sido construida hacía más de mil años había perdido su importancia en 1453.
La obra pertenece al periodo del emperador Teodosio II (408-450) y dio fama a Constantinopla de invencible e inexpugnable, comenzando el trabajo en el año 412, con miles de obreros probablemente en su mayoría godos o bárbaros de distintas procedencias al mando del prefecto Antemio, y este trabajo no fue terminado hasta 447, aunque siglo tras siglo todos los emperadores, quien más quien menos, se ocuparon de su mantenimiento y reconstrucción después de cada sitio, los cuales las dejaban a veces en estado lamentable en alguna de sus partes.
Las murallas terrestres tenían más de seis kilómetros de longitud y comenzaban en la costa del Mar de Mármara, formando una especie de curva y terminando en el Cuerno de Oro. En realidad era un verdadero sistema defensivo que estaba constituido por una triple línea defensiva, de dos murallas y un enorme foso provisto de un parapeto.
Lo primero que se encontraba el enemigo cuya ambición era entrar en la ciudad a la fuerza era el amplio foso parapetado de cerca de 20 metros de ancho. El foso mismo había constituido antaño un espacio imposible de atravesar para muchos grupos de aventureros que luego de alguna escaramuza decidía retirarse sin siquiera atravesarlo.
Luego del foso, si el enemigo lograba atravesarlo luego de mucho esfuerzo y bajo los proyectiles de los defensores, se encontraba con una franja de 15 metros de ancho que lo separaba de una primera línea de murallas. Esa primera línea, la muralla exterior, era de muros de 2 metros de espesor y 8 metros de alto, con más de 80 torres estratégicamente colocadas a través de los más de seis kilómetros que la hacían ya bastante dificultosa de franquear para los indeseables visitantes.
Si las fuerzas de ataque hubieran tenido la inmensa fortuna y la suficiente fuerza y hubiesen podido atravesar la primer muralla en alguno de sus puntos, se encontraban luego con el peor de los infiernos, un "pasillo" bien abierto y libre de aproximadamente unos 18 metros de ancho, tras el cual los esperaba la más temible de estas construcciones: una muralla de nada menos que 5 metros de ancho y 13 metros de altura, y que a lo largo de sus más de seis kilómetros de largo contaba con alrededor de 100 torres de hasta 15 metros de altura, y desde las cuales los defensores tenían todo el trabajo facilitado, dominando este pasillo mortal para el enemigo y muy útil para el defensor, porque cuando éste se hallaba en posesión de los dos muros servía a sus tropas para desplazarse cómodamente de un lado a otro de las murallas y les daba otra notable ventaja sobre el ejército enemigo.
Los muros y las torres estaban fuertemente edificados, recubiertos de pequeños cubos de caliza y fortalecidos con líneas de ladrillo, con lo cual las enormes piedras arrojadas podían dañarlo aquí o allá, pero era muy difícil que eso facilitara su destrucción.
Para completar la obra del cerco alrededor de la ciudad entera, por las amplias costas de sus territorios se construyeron murallas costeras enormemente eficaces, de menor envergadura, ya que eran alrededor de 13 kilómetros de un muro único de 12 metros de alto, pero con la inmensa ayuda de la inaccesibilidad gracias a la presencia del mar y de la flota, y defendido por unas 300 torres aproximadamente.
Pero los defensores de 1453 eran tal vez menos de 8.000, y si imaginamos que había nada menos que casi 500 torres para ocupar en la defensa total del perímetro de la ciudad, podemos suponer que esa gran extensión de formidables murallas también supuso un enorme problema para las tropas que protegían la ciudad, ya que cubrirlas con la suficiente cantidad de gente y con suficientes proyectiles para arrojar habrá sido una de las mayores preocupaciones del emperador y sus generales.
La carencia de una enorme flota como en siglos pasados también supuso un gran problema a solucionar por los defensores de Constantinopla, pero cuando la gran cadena del Cuerno de Oro fue burlada por el camino terrestre de la armada de Mahomet II, esto también significó mucho más trabajo para el emperador y los suyos .
Por otra parte, las enormes piezas de artillería puestas en juego por Mahomet II jugaron una carta fundamental a favor de los asaltantes, ya que con los formidables proyectiles empleaban una táctica de tiro muy eficaz, disparando a la base de las murallas hasta obtener un boquete de varios metros, y luego afinando el tiro en una línea vertical que así al unirse con la abertura de la base provocaba el derrumbamiento de una buena parte del muro, y obligaba a concurrir allí a todo un destacamento para luchar y a muchos hombres para reconstruir con diversos materiales el agujero.
Crónica del Sitio de Constantinopla.
"Ya que has optado por la guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con palabras halagüeñas, haz lo que quieras; en cuanto a mí, me refugio en Dios y si está en su voluntad darte esta ciudad, quién podrá oponerse?... Yo, desde este momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a sus habitantes en la medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que el Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia." Ducas. Carta de Constantino XI a Mahomet II.
Los preparativos.
El ejército turco estaba formado según los historiadores contemporáneos por entre 80.000 y 160.000 hombres (Ducas habla exageradamente de 400.000), mientras que los defensores serían aproximadamente 5.000 griegos, cifras que nos dan la pauta de lo desigual de los ejércitos enfrentados, desigualdad que solamente estaba salvada por las murallas de Constantinopla, barrera realmente muy difícil de vencer.
Los turcos otomanos, además de la ventaja numérica, contaban con un parque de artillería como no se había visto jamás sobre la tierra en tiempos anteriores, y que incluía un poderoso cañón construido por un misterioso personaje, con lo que el ejército de Mahomet II veía multiplicarse las posibilidades de triunfo, ante la posibilidad de quebrar las formidables murallas del siglo V con el fuego de cañones del siglo XV.
Los bizantinos, por el contrario, contaban con lanzas, flechas y catapultas, y unos pequeños cañones para los cuales ni siquiera contaban con proyectiles suficientes.
Además, unos 400 barcos de todo tipo formaban una impresionante flota turca, contra unos 26 o 28 buques de guerra de los defensores que estaban en el Cuerno de Oro y se preparaban a defender la ciudad amparados por la famosa cadena de hierro extendida de costa a costa, y esto era fundamental porque impedía que los varios kilómetros de muralla junto a la costa del Cuerno de Oro fueran atacados por Mahomet, y así liberaban a muchos defensores que eran útiles en otras partes de la batalla.
Sin embargo, los turcos tenían a su favor la construcción de la fortaleza de Bogazkesen (Paso angosto), hoy denominado Rumeli Hisar, sobre la ribera europea del Bósforo, que dominaba el paso y prevenía al sultán de cualquier ayuda naval que los bizantinos pudieran recibir, además de disparar desde allí con los cañones que no daban descanso a los líderes de la defensa.
Los protectores de la ciudad contaban con la inestimable ayuda de Giovanni Giustiniani Longo, valeroso combatiente genovés que había llegado en los primeros días de Abril en dos galeras con unos 700 compatriotas que venían de Génova, Quíos y Rodas para colaborar en la defensa de la ciudad, de la cual su República había aprovechado durante los últimos dos siglos una enormidad de recursos en desmedro del imperio, con lo cual esta presencia tenía todo el valor de un resarcimiento para los genoveses.
Fue una pena que los mezquinos comerciantes genoveses de Gálata se declararan neutrales pro decisión del jefe de la colonia, Angelo Lomellino, prefiriendo ceder ante el sultán y mantener sus beneficios antes que glorificar a la madre de sus negocios; a pesar de ello, muchos ciudadanos de Pera decidieron cruzar el Cuerno de Oro y colaborar con Giustiniani desde antes del ataque, atraídos por la personalidad del gran capitán.
Otros genoveses llegaron también a la ciudad para luchar por ella, como por ejemplo los hermanos Paolo, Troilo y Antonio Bocchiardi que trajeron a sus propios soldados equipados.
También acudieron en ayuda de los defensores más de doscientos arqueros que llegaron con el cardenal Isidoro y el obispo Leonardo de Quíos.
Los principales elementos de la colonia veneciana en Constantinopla, comandados por el jefe de la comunidad, Girolamo Minotto, se ofrecieron para dar ayuda incondicional al emperador, y había entre ellos dos recién llegados, capitanes de navíos, Gabriel Trevisano y Alviso Diedo, que participaron también de los combates ayudando a los bizantinos.
Peré Juliá organizó a los mejores elementos entre los catalanes que residían en la ciudad a los cuales se les unieron varios marineros compatriotas, con lo cual conformaron un fuerte grupo que defendió una porción de las murallas marítimas del Mármara.
Un ingeniero llamado John Grant, posiblemente inglés o escocés, fue muy importante en la defensa con su experiencia en el minado de las murallas.
El emperador Constantino XI contaba con la ayuda de varios miembros de la familia Cantacuzeno, su primo Teófilo y varios nobles bizantinos entre los que se encontraba el megaduque Lucas Notaras que lo apoyaron en todo momento, así como un noble castellano, don Francisco de Toledo, que afirmaba ser sin ninguna duda primo del emperador.
Por último un antiguo aspirante al trono de los otomanos recluido desde su infancia en Constantinopla, el príncipe Orján, se ofreció para participar de la defensa con una pequeña cantidad de soldados leales.
No llegaron refuerzos de Mistra o del resto del Peloponeso porque Mahomet II, tratando de asegurarse la victoria por todos los medios a su alcance, había mandado a Turachán de Tesalia a devastar la región, con lo que los hermanos del emperador no pudieron ayudarlo, porque estaban luchando por sus propias vidas.
Esta medida que pudo tomar Mahomet durante el sitio demuestra la cantidad enorme de recursos de los que podía disponer, recursos que antes pertenecían al imperio de Bizancio, como ser el disponer de ejércitos de los países vasallos, servios, búlgaros, albaneses, etc, que participaban de todas sus acciones bélicas, e incluso gran número de esclavos de estas y otras regiones sometidas.
Viking Lord Melendez · Thu Mar 27, 2008 @ 06:45pm · 0 Comments |
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